jueves, 27 de septiembre de 2018

Stop para cuento: "La última pregunta" de Asimov



Si no es mi favorito, La última pregunta de Isaac Asimov fácilmente está entre los cinco mejores cuentos que me ha tocado leer. Y no es casualidad. Este es también uno de los cuentos favoritos del mismo Asimov (publicado por primera vez en 1956); y vamos que para un tipo que escribió más de 400 libros y más de una centena de cuentos, vale mucho leer algo que el mismo autor considera especial en su obraLa última pregunta es una sombra futurista que arranca en 2061 (a solo 43 años de nuestro hoy) y culmina miles de millones de años después, en una etapa de la humanidad incomprensible para nuestros cerebros terrícolas, casi unidimensionales.

No hay que alarmarse. No les estoy contando ningún final con decirles que el cuento termina en algo que podríamos llamar eternidad. La eternidad no existe. Hasta el universo podría terminar. Y Asimov nos lo escupe en la cara a partir de dos patas tomándose un trago y discutiendo sobre ese supuesto infinito universo.

El tomo 1 de Cuentos Completos, editorial Punto de Lectura (DeBolsillo 2002). El primer libro que tuve de Asimov, y el que más valoro. Junto al tomo 2 se muestran más de 100 cuentos en más de 1500 páginas. Un tesoro. 

En 2061, la humanidad ha logrado solucionar el problema de la energía. Perdón. No la humanidad: Multivac. ¡Multivac! La gigantesca computadora (en serio, es gigantesca, son kilómetros de kilómetros de circuitos, ramificaciones digitales suspendidas en éter virtual, en conocimiento mecanizado autosustentable, retransmitido y digerido en una monstruosa representación de un dios que ha logrado superar el intelecto humano y que para él trabaja, a él le sirve, para él vive).

Es una era donde esta titanesca computadora ya ha logrado brindarle al Sapiens soluciones para viajes interplanetarios cercanos como a Venus (solo 40 millones de kilómetros… una galletita). Pero los recursos terrícolas, finitos y ya escasos, no son suficientes para acallar la eterna sed exploratoria y colonizadora del hombre. Se necesita demasiada energía para viajes largos (o sea largos largos, o sea de unos cuantos cientos o miles o millones de millones de años luz) y esa bolita diminuta y azulada, esa canica de mierda entre tanto cosmos, no es capaz de generarla por sí misma.

Y Multivac (oh diosa de dioses) logra solucionar el problema extrayendo y convirtiendo energía del Sol en apta para impulsar al ser humano hacia todo posible rincón del universo.  Y llega la humanidad a este punto de quiebre. ¿Carbón? Pfff. ¿Uranio? ¿Para qué? “¡Energía infinita!”, dice uno de los dos patas, meros asistentes de Multivac (porque Multivac no tiene operadores, ni mecánicos, ni programadores. Es vida propia. Solo necesita que le hagan preguntas de cuando en vez para echar a andar sus millonésimos circuitos y tal vez que le rasquen la espalda de cuando en vez). ¿Infinita? ¿Es posible que el sol se apague? ¿Es posible que todos los soles del universo terminen opacos y muertos en el fin de la infinitud cósmica?

Aquí pues, se llega a la pregunta. ¿Puede disminuirse o detenerse la entropía del universo? ¿Puede detenerse este caos perfecto y estabilizar el cosmos para hacerlo eterno? ¿Puedes, carajo Multivac, hacer que no mueran las estrellas? Y Multivac medita la respuesta… durante miles de millones de años, en los que vemos pasar a esta diminuta humanidad en distintos estados de mente y cuerpo, hermosa, ¿infinita?

Multivac y su respuesta. Buscó la solución durante miles de millones de años. 

Con un final sobrecogedor, La última pregunta es más que cuento sobre una máquina. Mucho más. Es una enseñanza de humanidad, de eternidad, hasta religiosa, apocalíptica. Es un cuento que he hecho leer a mucha gente que estimo, y más de una vez he visto reacciones muy acordes a ESE final tan pero tan duro, opresivo, espectacular.

No se vayan al otro mundo sin leerlo. Les dejo este enlace donde está colgado un pdf. No sé si sea la mejor traducción, pero es lo que encontré y la verdad que siempre será algo que vale la pena leer y releer.


Este cuento merece ocho de ocho Vernes. Ni uno más ni uno menos.


miércoles, 26 de septiembre de 2018

Lo que exhala Miéville y su "La estación de la calle Perdido"


En Bas-Lag, un mundo, está Nueva Crobuzón, una ciudad. El ingreso de un ave de rapiña del tamaño de un hombre, arrebujado en una vieja vestimenta con capucha, a esta ciudad perdida entre espesos vertederos de miasmas fecales, callejones sabor a vacío retorcido y edificios de imposibles y derruidas conformaciones, marca también nuestro ingreso a Nueva Crobuzón y a la primera novela (año 2000) de la llamada  Trilogía de Bas-Lag, La estación de la calle Perdido, del británico China Miéville.

La edición que tengo. Editorial Nova. Tapa dura. Mucho bonito. 

La introducción huele mal porque Miéville es un capo. No solo muestra claramente la ciudad a ojos del lector, sino que deja percibir su olor a neomundo destruido, a steampunk alienígina, a máquina oxidada insertada en omóplatos humanos. Se siente el hedor y se arruga la nariz frente a esta pestilente distopía en la que se aparean inconvenientes seres en forma de cactos, bellas mujeres con cabeza de escarabajo y engendros rehechos con ojos en vez de brazos o cuernos en vez de nalgas.  Miéville golpea los sentidos nada más iniciando La estación…, un burro de más de 830 páginas con una lubricada fantasía oscura, decadente.   

En esa metrópoli agarrotada y multiétnica, donde muy poco se sabe de dónde llegó tanta raza heterogénea y mucho menos hacia dónde va, domina un parlamento armado con una milicia de esas que rompen la puerta antes de tocarla. Se abre en la historia de Miéville el triste abanico social en el que una abundancia de razas subsiste bajo una atenta mirada manohierresca que mantiene toda la estabilidad que puede permitirse una ciudad cuyo orden se mantiene febril bajo el contrabando, la taumaturgia (llámese magia), la memoria artificial analógica, una que otra revuelta panfletaria-revolucionaria, guetos muy marcados  y un sinfín de especies cuyas relaciones parecen leerse meramente comerciales, académicas, bélicas o prácticas, pedestres.

Una de las cosas más pajas de los libros que describen mundos paralelos:¡Mapas!
Aquí el vasto Bas-Lag. Nueva Crobuzón está señalada por el puntito rojo. Imagino que en las dos novelas siguientes, Miéville se extiende mucho más sobre estas tierras y mares. 

La historia de Miéville parte justamente de una extraña, casi prohibida socialmente, relación amorosa entre Isaac Dan del Grimnebulin, un científico pasado de kilos mal visto en la Universidad por su psicótica ambición académica (y por eso mismo aún financiado por esta), y Lin, una khepri que combina un delicado cuerpo femenino/humano, una cabeza en forma de escarabajo y enormes cualidades artísticas típicas de su raza.

Entre faenas sexuales y diálogos en los que el lector saborea sus diferencias taxonómicas y también sus similitudes químicas y espirituales, Isaac y Lin reciben cada uno un extraño trabajo por parte de seres aún más extraños, que en ambos casos ponen a prueba sus habilidades y técnicas en las ramas que cada uno maneja magistralmente.

Estos pedidos, en el camino, desencadenan una enorme e indescriptible amenaza para ellos, sus amigos, sus barrios y toda la ciudad: la élite política, las rastreras moradas subterráneas, las calles repletas de ambulantes y recaderos, e incluso el mismo inframundo, son presa de un peligro que reúne casi todas las pesadillas de los huéspedes de Nueva Crobuzón.

Para combatir ese mal que se cierne imparable por los aires de la ciudad y que no distingue, muy inclusivo este, entre razas o especies,  Isaac y Lin, acompañados por un puñado de amigos y perseguidos por una milicia que no aguanta desequilibrios, echarán mano de la desesperanza para, desde sus posiciones aparentemente indefensas, hacer frente a unos seres que podrían haber sido extirpados de los excrementos más disentéricos de Ctulhu.

Arropado en una persistente atmósfera de decadencia en la que personajes con mucha profundidad ven interrumpido su día a día por causas más allá de su comprensión, el lector se deja guiar por la inmensidad de Nueva Crobuzón de la mano de un escritor muy preocupado por mostrar cada esquina, callejón, canal, puente u oficina, como parte de un todo que no pierde nunca consistencia ni identidad.

Una suerte de novela negra con un entramado fantástico, de ciencia ficción analógica, de western alienígena y terror de aventuras droides, nos ofrece Miéville en esta primera entrega de la trilogía de Bas Lag, que continúa con La cicatriz y El consejo de hierro, que esperamos en su momento leer y compartir en esta página

A este libro le doy cuatro de cinco Kafkas. Ojalá puedas disfrutarlo tanto como yo.